Antes que nada les ofrezco una disculpa por haberlos desatendido por tanto tiempo, Diciembre fue un mes muy movido y me mantuvo lejos de esta pasión... Espero lo entiendan. Buenas Lecturas.
Cada que cruzaba ese pequeño tramo de tierra y polvo era el mismo efecto. Siempre corría azoroso como si le fuera la vida en ello y en ellos se terminara su andar; pero siempre, siempre con la misma reacción.
Intentado, evidentemente marcar territorio.
Ladraba, gritaba, vociferaba (por así decirlo) todo mi recorrido de esas cuatro cuadras que quedaban justo enfrente de mi casa.
Como lo había supuesto antes, él era el líder del barrio, de toda la manada, de la "Calle de los Perros" (sobrenombre que adquirió porque todos los vecinos tenían una mascota de dicha especie).
Mi recorrido era lleno de dichas onomatopeyas.
Y todo terminaba al final de la calle. Y aunque los reinos de "Choco" (nombre de dicho perro) terminaban ahí, alertaban a los demás canes, haciendo de la llegada a mi casa un concierto sin fin que llegaba a la coda justo enfrente de mi puerta.
Como si fuera un asunto telepático, (o una especie de comunicación entre perros) mis mascotas me ladraban hasta darse cuenta que era yo el sujeto por el cual había tanto alboroto.
Lo curioso del caso no era saber si algún día que pasara por ahí se terminara dicho acontecimiento, lo singular era que todos los días por la mañana justo a las 6:45 am cruzaba por esa misma calle rumbo a mis labores y encontraba a "choco" fuera de su hogar, cual vil general de un batallón cuidando que todo fuera en orden.
El perro no se movía ni un milímetro; sentado en sus cuatro patas recorría el ir y venir de los transeúntes sin hacer ningún aspaviento al respecto. Cuando yo cruzaba esos confines, solo me observaba un par de segundos a los ojos, y seguía con la misma rutina de todos sus días, aunque, el resultado llegada la noche, era el mismo.
A veces me gustaba fantasear con la idea de que "choco" tenía una grave enfermedad, en la que todos los días para él eran nuevos (algo como amnesia canina). Por ende cada mañana no reconocía al individuo que unas cuantas horas antes, le ladraba hasta el final de su camino.
O que simplemente al final del día el perro acababa tan fastidiado que desquitaba todo su estres conmigo.
O "pa´ que nos hacemos mensos, le caigo gordo".
En esa orden de ideas, le tenía cierta envidia a dicho canino. Pensando que la enfermedad fuera cierto, entonces cada día para él era nuevo. ¿Se imaginan las posibilidades para ser feliz o infeliz cada día? ¡Todo lo que pasara en su andar por esos cien metros sería nuevo!. Aunque comiera todos los días lo mismo, para él así no sería.
A pesar de saber que solo era una mascota, le tenía cierto respeto; es más hasta un poco de miedo. Y el temor no era una cosa infundada que se generalizara con la raza. En alguna ocasión intenté hacer las pases con él y casi me le dejo de recuerdo un trozo de mi cuerpo.
Pero a pesar de lo raro que parecía y de que evidentemente podía haber cambiado mi ruta, me daba gusto ver a "choco" correr hacia mi como si cada uno cumpliera su rol. Agresor y agredido. El perro y yo. Hasta cierto "aprecio" había tomado a sus actos. No lo sé.
Tal vez el día que "Choco" no note mi presencia por su cuadra, me sentiré plenamente vacío.
En fin hoy en la noche seguramente viviré lo mismo que cada que el sol se oculta. Total, recuerden "Perro que ladra no muerde"
ROBERTO MONTOY
ABRIL 2011
SAN VICENTE CHICOLOAPAN, EDO MEX.
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